jueves, 5 de agosto de 2010
Agosto con ojos de niño
Será porque lo que a ellos les pasa nos duele en el alma, sea la pequeña protagonista de una tragedia del noticiero del 12 o la foto del niño perdido de Missing Children en la boleta de teléfono. Los sentimos como nuestros, nos duelen lo mismo.
Volvemos a ser niños.
O son los propios cuando nos devuelven gestos que aprendieron de nosotros o cuando nos descubrimos siguiéndoles el juego, recordando su sonrisa al abrir el regalo de aquella Navidad.
Ellos, chiquitos y grandes a la vez, nos hacen recordar que ser niño es también volver a pasar por el corazón, recordar nuestras raíces, anhelar los lugares que nos vieron crecer. Quizá es por eso que los enamorados, con la inocencia del primer amor, y los ancianos, con su nostalgia y necesidad de afecto, se parecen a veces a los chicos.
Por estos tiempos hay que cuidar que la computadora no le gane al jugar a la pelota, y que el mejor no es el que tiene el celular más caro sino el que no te acusa con la maestra y te da una mano cuando te caiste.
Reafirmar que la vida no es una carrera, el deporte es un hermoso juego y que no hay que celebrar las hazañas de quien se aprovecha de otro.
Habrá que hacer que una nueva generación valga la pena, que no sea indiferentes al dolor ajeno, a la pobreza, que sienta más que nunca ganas de cambiar el mundo. Si esta es una actitud infantil e inocente, habrá que seguir siendo medio niño para mirar el mundo.
Y aprender a vivir con la naturalidad con la que lo hacen los pequeños, que aún no aprendieron a disimular lo que sienten sino que le ponen palabras, y cada día es una nueva oportunidad, y un error es otro aprendizaje. Felíz día a los grandes niños y a los niños grandes.
El ángel Vicente
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